LOS JUDIOS EN EL MARXISMO

Existe una sorprendente carta publicada en la edición del primero de Junio de 1928 del "Revue de Paris", recuperada de las pertenencias de Karl Marx tras su muerte, y aceptada como auténtica por varios historiadores de prestigio, aunque resulta increíblemente desconocida (o evadida) incluso entre los derechistas enemigos declarados del marxismo. En este documento, cuyo original data de 1848, el artífice del movimiento "proletario-revolucionario" recibe las felicitaciones de a su amigo y confesor, el rabino Baruch Levi, a propósito del planeado movimiento político y obrero que ha generado su trabajo. Allí se lee:

"Todo el pueblo israelí será, por sí mismo, su propio Mesías (...) Su dominio del mundo se alcanzará con la unificación de todas las otras razas (...) Eliminando las fronteras y las monarquías se conseguirá acabar con las particularidades para instaurar una República Mundial que procurará, por todo el mundo, los derechos para los israelíes (...) En esta nueva organización de la humanidad, los hijos de Israel, repartidos por todos los rincones de la tierra, se convertirán en todas partes y sin oposición alguna, en la clase dirigente, sobre todo si consiguen colocar a las masas obreras bajo su control exclusivo. Los gobiernos de las naciones integrantes esta futura República Universal caerán, sin esfuerzo, en las manos de los israelitas, gracias a la victoria del proletariado. La propiedad privada podrá entonces ser suprimida por los gobernantes de raza judía, que administran en todas partes los fondos públicos. Así, se realizará la promesa del Talmud, según la cual, cuando llegue el tiempo del Mesías, los judíos poseeremos los bienes de todos los pueblos de la Tierra."
El propio Marx declararía en una oportunidad:
"Buscamos en vano la clave del laberinto del alma judía en su religión; lo que debemos buscar es el misterio de su religión en el misterio de su naturaleza. ¿Cuál es la base del judaísmo? Una pasión práctica y la codicia del provecho. ¿A qué puede reducirse su culto religioso? A la extorsión. ¿Quién es su verdadero dios? La caja de caudales...".
Como Marx y Engels, fueron judíos todos los que colaboraron en la fundación del marxismo y que posteriormente propiciaron la Revolución Rusa de 1917, financiada y auspiciada en casi todos sus detalles por los propios norteamericanos, como años después lo hicieran en Cuba. Era tan sabido por ellos lo que iba a ocurrir en aquellos días de octubre en Rusia, que se envió desde Estados Unidos a un importante sirviente, el periodista John Reed (que había trabajado para la inteligencia americana y que muy probablemente ocultaba tras su nombre algún origen judío) hasta el corazón mismo de la bomba de tiempo para convertirse en el cronista oficial para occidente de lo que fue la Revolución Rusa. Su famoso libro "Diez Días Que Conmovieron al Mundo", obra totalmente comprometida con los bolcheviques, es un verdadero desfile de personalidades judías sustentando la instauración del marxismo en la posteriormente llamada Unión Soviética.

Vladimir Ilich Ulianov, el judío conocido como Lenin, ocuparía el máximo cargo de la Rusia Comunista. Su decisión de motivar la revolución marxista por la vía armada y subversiva fue tan determinante que desde entonces el apellido "leninista" se agregó al movimiento marxista supuestamente obrero, aunque Marx y Lenin jamás se conocieron: el primero murió cuando el otro aún era un chiquillo.

Sin embargo, Lenin, poco antes de morir postrado y en impedimento mental, haría extrañas declaraciones desenmascarando a algunos de sus congéneres judíos que preparaban el surgimiento de una siniestra figura sucesora, a pesar de su descontento: el ex-asaltante de bancos, Joseph Stalin. Su verdadero nombre era Josif David Vissarionovitch Djugaschvili. Este último apellido es de origen indiscutiblemente judío, como lo fueron también los de todas las mujeres con las que se casó, sus principales amigos y también los de sus hombres de confianza en la administración del Estado, como el pervertido sexual llamado de Beria. Sin embargo, esta bestia se volvió contra elementos de su misma calaña en la incontenible sed de muerte: el dedo ejecutor de Stalin apuntó a varios judíos como Kamenev, Zinoviev, Rikov y tantos otros. Incluso desterró al judío Trotsky, para luego ordenar su muerte en México. Prohibió también a su hijo ilegítimo, Yacov, contraer matrimonio con una muchacha judía y le educó con tanta fineza que, se dice, acabó suicidándose cuando le obligaron a cumplir con la tarea de limpiar los baños de la prisión, estando preso en un campo de detenidos de guerra, humillación que no pudo soportar. La hija de Stalin vivió tiempo suficiente para escribir una biografía de su padre, en la que revela en desprecio permanente de éste hacia los judíos en general pero los intrigantes vínculos que de todos modos mantiene con esta raza.

Algunos han tratado de comparar el sabido odio de Stalin hacia los judíos con las ideas de Hitler. Nada más aberrante, pues Stalin fue un sirviente del judaísmo hasta los últimos días de su vida: dispuso de funcionarios judíos el mando del Ejército Rojo y la policía de inteligencia de Estado. Stalin (y sus extrañas circunstancias) se explica porque la traición es práctica frecuente entre los propios judíos. Comenzó con el propio Alexandre Kerensky, judío asesor de Zar, que se aliaría a los bolcheviques contribuyendo con información vital para la instauración del nuevo régimen. Y al propio Stalin le traicionarían sus congéneres al final de sus días del mismo modo que él y los mismos judíos lo hicieran contra Lenin.

El aspecto más siniestro de Stalin no está, sin embargo, en su adhesión al judío mundialista, sino que en la criminalidad que le llevó a asesinar directa e indirectamente a cifras que llegan a millones de personas. ¿De qué manera puede un solo hombre ser causa de tantas y tantas muertes? Stalin hizo exterminar por su propia orden a comunidades enteras de Rusia y Siberia, al no poder decidir qué hacer con ellos en el reajuste de su Nueva Rusia, en la que el Estado daba tan bajas pagas los campesinos por su producción que ni siquiera se cubrían los costos... Éste es sólo uno de los aspectos de la desbordada crueldad del Hombre de Hierro, del ser mecánico, robot Gólem. Los procesos de re-configuración de la economía agraria se impusieron con una indiferencia escalofriante, matando a millones de campesinos de hambre y desprotección. Rusia conoció, hacia los años '20, algunas de las escenas más horrendas que pudieran documentar la humanidad, como el canibalismo. Sólo en la región de Kubán, la bestia de Stalin ordenó desarmar casi 20 grandes aldeas de humildes campesinos, abandonados a su suerte. Lo mismo ocurrió en Bielorrusia y las áreas suburbanas de Moscú. Ucrania fue literalmente barrida, con una brutalidad que eriza los pelos.

Es cierto que el judío Leiba Davidovich Bronstein, alias Leon Trotsky, era el representante más correcto la línea marxista desarrollada hasta entonces por Lenin. Pero sólo con una política de Estado tan tiránica como la de Stalin podría permitidse al comunismo bolchevique asegurar su existencia íntegra para los años venideros. A pesar de esta necesidad de la existencia de Stalin, para cortar los vínculos con su fama criminal, era necesario entre los posteriores marxistas "renovados" el apoyarse en las diferencias entre el dictador y la figura de Lenin, una desigualdad de la que siempre se supo. La prueba era una carta dictada por el propio ideólogo del comunismo soviético en 1924 para el congreso, donde fue leída por sus congéneres judíos:
"El Compañero Stalin, que ha llegado a ser Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y yo no estoy seguro de que sepa siempre servirse de él con suficiente prudencia. Por otro lado, el compañero Trotsky, como ya lo ha demostrado en su lucha contra el CC, sobre la cuestión del comisariado del pueblo para los transportes, se distingue no sólo por sus capacidades inminentes."
La carta de Lenin, utilizada para liberar al comunismo de todos sus pecados, fue redactada para ser leída a su muerte, en enero de ese mismo año, ante el Congreso Pleno e inmediatamente después darla a conocer ante la ciudadanía. Lo que pocos marxistas saben, sin embargo, es que el Partido Comunista Soviético, sabiendo de los requerimientos drásticos que eran necesarios a futuro y ofrecidos por Stalin bajo su bigote medio-judío, publicó la carta sólo en 1956, de una manera tan bulliciosa y masiva que más bien parece una forma de pedir disculpas ante el mundo. Antes había sido leída en absoluto secreto frente a los jerarcas judíos del partido, y todo indica que sólo un hombre apoyó las palabras del difunto Lenin. Fue Trotsky, y no lo hizo por moral, sino por sus intereses personales sobre los poderes que se habían concentrado en torno a Stalin.

Judíos, judíos y más judíos... TODOS JUDIOS: todos los comisariados y altos puestos de la URSS eran ocupados por judíos. De los 534 individuos que formaban la más alta burocracia de los soviets y ministerios en 1918, 429 eran judíos. El financiamiento de la revolución fue realizado por los siguientes judíos multimillonarios estadounidenses: Jacob Schift, Felix Warburg, Max Breitung, Otto H. Kahn, Mortimer Schift, Jerome H. Hanauer, y muy especialmente el Banco Kuhn, Loeb & Co., coordinado por los Rothschild desde Inglaterra (recordemos que la revolución cubana se realizó con armamentos de los Estados Unidos, luego de que Fidel Castro pidiera ayuda personalmente ante la ONU). Estos mismos judíos habían hecho elegir "democráticamente" a Woodrow Wilson en 1913, y crearon desde las sombras la Federal Reserve Board, entidad supraestatal judía que está formada por cinco bancos que emiten hasta el día de hoy los dólares de circulación. El gran financiador local de la revolución rusa fue el clan Kaganovich.

Si alguien duda de todas estas palabras, he aquí otro dato interesante aunque nada nuevo: la población rusa de origen judío nunca llegó a ser mayor al 2%. Esto, contando incluso a las masas de estudiantes y científicos judíos que posteriormente se llevó su archienemigo-aliado imperialista, Estados Unidos, para que trabajasen a su servicio en América. Sin embargo, los judíos que trabajaban para el gobierno bolchevique superaban el 80%, a pesar de ser menos de 1,5 % de la población de entonces. Al respecto, existen cifras muy precisas. Esta cifra se mantuvo casi igual incluso después de la migración masiva de judíos al Estado de Israel recién fundada.

Moraleja: los que en Norteamérica son multimillonarios son los mismos que en la URSS eran funcionarios de Estado, es decir, judíos todos. Se sabe que Stalin, por ejemplo, vivía en un palacio lleno de lacayos y servicios de oro, con decoración de lujo y paredes finamente terminadas, con una elegancia pocas veces vista en los últimos siglos, mientras los campesinos rusos se comían entre sí. La caída de la Cortina de Hierro reveló que los demás dictadores del mundo comunista vivían en iguales condiciones de comodidad y ostentación, o incluso mejores. Es sabido además, que el mismo Marx habitaba una gran mansión patronal con varias empleadas, a una de las cuales habría embarazado, según las malas lenguas. Y en 1997, la revista "Forbes" demostró que Fidel Castro Ruz tenía una cuenta bancaria de 1.400 millones de dólares esperando el día de su jubilación... ¡Coño que gajes del oficio, chico!, si Fidel es descendiente de una familia de médicos judío-moriscos de España, como parece serlo además el "Che" Guevara, traicionado a muerte por el amo y señor de la isla.

El marxismo ha sido, acaso, el ejemplo más claro del hipócrita aparataje judío y del Caballo de Troya capaz de asumir las más diversas y extrañas caras.

Nuestro país Chile era un enclave importante para el judío. Aún lo es. Las Fuerzas Armadas impedirían heroicamente que nuestro querido Santiago se convirtiera en la Pequeña Cuba del Sur, hacia donde se iba de seguro hasta antes del Golpe Militar de 1973, con procesos sociales destructivos y atomizantes, cuyo control había desbordado incluso al propio masón judío de madre Salvador Allende Gossens, el inepto presidente de la Unidad Popular, "salvador" de la nada, asesorado por judíos como el comunista Volodia Teiteliboim, los masones y judíos socialistas Erick Schnake y Benjamín Teplinzsky, etc. Otros judíos le acompañaban directamente en el gobierno (desde donde usaron su influencia para motivar la expropiación de fábricas a importantes dueños de la colonia árabe de nuestro país): David Baytelman en la Corporación de la Reforma Agraria, David Silberman en Corporación del Cobre, Oscar Waiss en la Dirección del diario gobiernista "La Nación", Jaime Faivovich en la Intendencia de Santiago, Jacobo Schaulsohn en el Tribunal Constitucional, Enrique Kirberg en la Universidad Técnica del Estado, Enrique Testa en el Consejo de Defensa del Estado, Luis Vega en el Ministerio del Interior, Jacques Chonchol en el Ministerio de Agricultura. Se sabe además que importantes estamentos de la sociedad chilena eran dirigidos por judíos a través de la FIS, o "Frente de Izquierda Sionista", que actuó por medio del Comité Pro Paz, donde figuraban el escritor Manuel Rojas (un fundador de la Central Única de Trabajadores), Clotario Blest, el senador del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) Rafael Gumucio, Hugo Cancino, dirigente del Movimiento Iglesia Joven, etc.